¿Hemos realmente mejorado la sanidad en las dos últimas décadas?
La sanidad se ha definido como la capacidad de adaptarse y manejar desafíos físicos, mentales y sociales a lo largo de la vida (Hubert et al., 2011) y, en este sentido, es un requisito previo para que se pueda expresar el potencial genético de los animales. En producción porcina, y según esta definición, la sanidad no suele medirse directamente, sino en función de la mortalidad o del uso de medicamentos. Las enfermedades pueden ocasionar pérdidas directas por la mortalidad, pérdida de productividad, restricciones comerciales y reducción del valor de mercado. Frecuentemente llegan incluso a comprometer la seguridad alimentaria (Dehove et al., 2012). Por lo tanto, una sanidad deficiente se considera una limitación importante en la producción porcina actual, y puede ser el resultado de enfermedades infecciosas endémicas, epidémicas y zoonosis), de trastornos de la producción y de contaminantes ambientales (micotoxinas), siendo generalmente multifactorial.
Durante las últimas décadas, la sanidad porcina no ha mejorado paralelamente a otros aspectos de la producción como el aumento de la prolificidad o la mejora en los índices de conversión (Tani et al., 2018). Sigue habiendo muchas granjas en el mundo infectadas de manera endémica con enfermedades respiratorias, entéricas o patógenos sistémicos (Holtkamp et al., 2007) como el virus del síndrome reproductor y respiratorio porcino (PRRSv), circovirus porcino tipo 2, M. hyopneumoniae, gripe porcina, cepas patógenas de E. coli, L. intracellularis, A. pleuropneumoniae, Brachyspira spp. o Streptococcus spp. Las pérdidas han sido muy bien descritas en muchas de ellas por diferentes autores, tanto por animal, como a nivel nacional. En algunas de ellas, como la influenza, la importancia de su control se ve reforzada por tratarse de un patógeno (incluyendo la humana) en el que se ha detectado la aparición de múltiples variantes con la intensificación de la producción (Van Reeth y Vincent 2019). En general, y dentro de lo que se denomina “complejo respiratorio porcino”, que puede incluir la asociación de diferentes patógenos, incluyendo la influenza, las lesiones pulmonares (neumonía y pleuritis), son comunes en cerdos de engorde, con una prevalencia que varía entre el 10 % y el 50 % (Meyns et al., 2011) y que son comparables a las prevalencias obtenidas durante las últimas décadas (Christensen y Cullinane, 1990).
El impacto de la influenza en la reproducción
En este contexto, la influenza porcina es uno de los sectores más relevantes y probablemente más subestimados, tanto por su participación en problemas respiratorios, como por su impacto, menos descrito en la literatura, en la pérdida de rendimientos reproductivos. Tiene una elevada capacidad de difusión y puede ser transmitida tanto por personas infectadas como animales portadores, siendo las aves, y en particular las acuáticas, reservorios del virus. Los serotipos se diferencian en función de las proteínas de superficie denominadas “H” y “N”. Las tres cepas comunes que afectan al cerdo se describen como H1N1, H1N2 y H3N2, y existen cepas dentro de estos serotipos con diferente patogenicidad. El periodo de incubación de la enfermedad suele ser corto (24-48 h) y cuando el virus entra por primera vez en un lote de animales, suele generar un brote rápido con una clínica muy evidente (tos, fiebre, inapetencia y neumonía broncointersticial). Se sabe que la enfermedad afecta a la reproducción, aunque solo recientemente se ha podido cuantificar de una manera precisa. En un estudio reciente en 137 granjas alemanas que incluía un total de 60.153 cerdas (Gumbert et al., 2020) estudiaron el impacto en los principales parámetros reproductivos (repeticiones, abortos, nacidos vivos y muertos y destetados por cerda y año) tras la vacunación, estudiando las semanas anteriores y posteriores a la vacunación. Sus resultados fueron muy concluyentes, ya que en el 79,8 % de las granjas hubo un impacto negativo en la reproducción tras la aparición de síntomas clínicos, con la distribución que se muestra en la tabla 1. El estudio incluyó el efecto estacional, que no resultó ser significativo salvo para el mes de agosto y solo en cuanto a la mortalidad predestete. El tamaño de granja no influyó en los resultados. Parece claro que un estudio de este tipo, con un elevado número de granjas y animales, contribuye a explicar cuál es el impacto que podemos esperar de la influenza en los rendimientos reproductivos.